
La relevancia del paso de nuestro grupo en la montaña nos está abriendo muchas puertas que no habríamos podido cruzar como simples turistas. Al ser practicantes de estilo Yang nos ofrecieron la posibilidad de hacer un viaje a Han Dan, área famosa por la práctica de nuestro estilo ya que en ése área vivió y trabajó Yang Lu Chan. Allí nos esperaban para hacernos de cicerones varias personas relevantes de este mundo.
El viaje iba a ser largo, intenso y comprimido en muy poco tiempo ya que el objetivo de nuestra estancia es el entrenamiento y no podíamos salirnos demasiado del plan ya que vamos muy justos de tiempo para todo lo que hay que cubrir. Nos subimos al autobús a las 8 de la mañana, esta ve en uno nuevo, ya desayunados. Aunque era muy cómodo e íbamos sobrados de espacio las horas parecían no pasar. Cada poco se hacían paradas técnicas en áreas de servicio con tiendas excesivamente gigantes o extremadamente cutres, pero todas con baños para atender las necesidades de más de 50 personas a la vez y por supuesto todas con un mismo olor característico especial. En los servicios de hobres hay carteles que dicen un pequeño paso adelante es un gran paso para la civilización y no es nada poético, es que a los chinos les gusta colocarse a metro y medio de la pared a la que tienen que apuntar.
Avanzábamos en nuestra ruta y finalmente llegó la hora de la comida. El comedor en el que paramos tenía una sala común con mesas. Al fondo había un buffet y a los lados un puesto de fideos y otro de empanadillas. Todo el grupo se repartió en función de sus preferencias y los chicos del equipo español fuimos al puesto de fideos. La idea era buena pero había que pedir lo que queríamos tomar y el menú era una lista de nombres en caracteres chinos con supuestamente nombres de sopas y cuatro fotos que no estaban asociados a ninguno de los nombres. La camarera nos señalaba el primero de la lista y con señas le decíamos ¿pero de que es eso? y entonces ella respondía señalándonos al quinto. Finalmente nos dejamos aconsejar por Tim, nuestro experto en cultura china y acabamos tomando un tanque de fideos secos en vez de sopa. Muy ricos, pero con dos cuencos se apañaba una boda entera en Galicia.
El viaje siguió y después de un total de más de 9 horas llegamos a Han Dan. Nuestro hotel estaba junto a la universidad donde íbamos a realizar algunas de las actividades. Subimos a las habitaciones con ganas de poder disfrutar por fin aunque fuera un par de noches de una cama mullida y una ducha decente. El hotel era bastante bueno en apariencia pero había algunas cosas curiosas. Lo primero que nos llamó la atención es que la ducha era enorme, de hecho, un cuarto pequeño, pero toda una pared era un ventanal que daba a la zona de las camas. Afortunadamente había una cortinilla. La puerta del aseo era de cristal transparente con un visillo tan transparente que si la luz del baño estaba encendida se podía leer desde el descansillo hasta la marca del inodoro. Para terminar, entre los productos de cortesía como el peine o el cepillo de dientes, en la mesilla de noche tenías todo un lote de productos consistente en lubricantes, preservativos de diferentes tipos, lencería,…
Dejadas las maletas en la habitación nos fuimos a cenar a un restaurante con un gran recibidor que daba a dos calles y que dentro tenía una recepción y un ascensor. Una señorita muy arreglada y con pinganillo en la oreja te marcaba la planta a la que te mandaban, en nuestro caso la tercera. Ya arriba había otra persona que te dirigía entre un laberinto de pasillos, vueltas y puertas cerradas hasta llegar a una habitación con una sola mesa redonda donde te metían y cerraban de nuevo la puerta a esperar hasta que vinieron un par de camareros y una encargada a tomarnos nota. Por supuesto nadie habla inglés, así que con la ayuda de la guía y el menú con foticos, disfrutamos de una cena fantástica. Ya agotados del viaje con ganas de retirarnos, pero con el estómago lleno, decidimos dar un paseillo para bajar la cena. La calle en la que estábamos estaba un poco muerta, pero según doblamos una esquina todo se llenó de gente. Había puestos de todo tipo, mujeres haciéndose la manicura, cortándose el pelo, vendiendo comida, zapatillas y todo tipo de trastos. Seguimos avanzando y nos cruzamos con una calle con unas aceras especialmente anchas llenas de mesas con gente comiendo al relativo frescor de la noche (en comparación con el día, porque eran casi 30º). Recordaba un poco a las terracitas en España, pero sin bravas. Por fin acabamos llegando al hotel y nos retiramos a descansar para poder aguantar lo que nos esperaba al día siguiente.
Aunque no teníamos que madrugar tanto como solíamos , nos levantamos casi a la hora de siempre para mantener los horarios y aprovechamos para entrenar un poco antes de bajar a desayunar. El desayuno era parecido al que estábamos acostumbrados, pero con fruta, que en nuestro hotel no se estila para las mañanas y algo de bollería.
Cargados con todos nuestros bártulos y pijamas de exhibición nos subimos al bus para nuestra primera parada del día, la casa de Yang Luchan, en la zona de Guangping, junto a la ciudad amurallada de Guangfu. Allí nos esperaban los maestros Zhang Caibin, representante del estilo Yang de la rama de Yang Banhou, 6ª generación y el maestro Li Guangzhen.
El maestro Zhang nos hizo de guía explicándonos toda la historia de Yang Luchan y sus hijos y como adquirieron su fama como artistas marciales. Allí mismo unos chavalillos nos hicieron unas exhibiciones de mano vacía y de lanza de 3 metros con movimientos explosivos muy interesantes de ver.
Como dato curioso, en una de las paredes estaba descrito como el estilo Yang se ha difundido hasta nuestros días y daba importancia por igual a maestros que en occidente tratan de ponerse por encima de los otros diciendo que unos son los auténticos del linaje y que otros son los verdaderos guardianes del estilo.
Desde ahí tomamos unos cochecillos eléctricos y nos adentramos en la ciudad de Guangfu. En estos momentos están restaurándola y devolviendo el aspecto que debió tener en la época de los reinos combatientes. Si se quitaran las cientos de motos y triciclos y se modificaran los escaparates, se podría rodar sin problemas una película de época.
Callejeando llegamos a la casa de los Wu, familia de prestigio y poder político en la época y mecenas de Yang Luchan. La casa estaba construida en fases de manera que se hacían añadidos con cada generación, cada uno con su patio como distribuidor entre estancias y paso a la siguiente casa.
Ya terminado el turisteo y con el maestro un poco nervioso porque habíamos quedado en su escuela para que la conociéramos, subimos al autobús de nuevo. De camino nos perdimos y tuvieron que venir a buscarnos, lo que hizo que fuéramos un poco más tarde todavía. Al llegar, los alumnos estaban formados haciendo un pasillo aplaudiendo y saludando según íbamos bajando del autobús y entrando a la sala. Nos cambiamos y después de unas cuantas presentaciones formales empezamos a hacer exhibiciones alternándonos como si se tratara de un duelo de gallos de hip hop o una pelea de baile tipo West Side History. Ellos hacían mano vacía, nosotros hacíamos mano vacía. Ellos presentaban sable, nosotros la misma forma al ritmo de la lectura del poema. Ellos sacaban la espada, nosotros la forma de parejas de espada. Con el anonadamiento, adelantamos por la derecha y sacamos el sanshou, y ellos no se achantan y muestran el suyo. Para terminar, unas rondas de tuishou libre entre escuelas, bastante divertido, intenso, pero sin malas intenciones y por fin fotos, discursos, más fotos, agradecimientos y muestras de hermanamiento entre escuelas y alguna que otra foto más.
Se nos acumulaban los compromisos así que nos fuimos a comer para ir después a la universidad pero eso lo cuento en el próximo capítulo.
Próximamente en el cuaderno de bitácora: entrenamiento en la universidad, banquetes y brindis, brindis y más brindis o como fingir que bebes para poder seguir el ritmo a un chino festejando.