
Los días de entrenamiento van pasando y se acumulan las experiencias de todo tipo que seguramente contaré mejor de manera monográfica.
Ayer tuvimos nuestro primer día libre, supuestamente para descansar. Aunque no íbamos a tener clase, no nos librábamos del entrenamiento pre-desayuno a las 5:30, no fuéramos a perder ritmo. El desayuno debía ser muy ágil e ir ya todos con los bártulos para pasar el día de visita turística conociendo lugares emblemáticos de la zona.
A las 8 pasadas nos esperaba el autobús, el mismo destartalado que nos fue a buscar a la estación de tren, una tartana de 16 plazas que subiéndonos a 6 a la montaña el motor sonaba pidiendo la clemencia de un tiro en el radiador para poder descansar a gusto para siempre. Y esta vez éramos 21. Los compañeros se miraban entre ellos pensando que debía haber un error, que vendría otro vehículo de apoyo y en la confusión, el equipo español nos fuimos a la parte de atrás donde había un poco más de espacio para las piernas y al ser un asiento corrido, nos ajustamos un poco para meter a una quinta. Así se fue llenando, se ocuparon los asientos, se ocuparon los espacios que podrían ser como asientos pero que no lo eran como los huecos de las ruedas, la caja del motor; y finalmente se ocupó el suelo. En estas condiciones, y por supuesto sin un cinturón de seguridad, empezamos el descenso de la montaña. No habíamos salido de la finca del hotel cuando un crujido sospechoso anticipó el hundimiento de nuestro banco corrido generosamente compartido por uno de los lados. Desde entonces, hasta la vuelta, nuestra superficie de apoyo tenía unos 20 grados de desnivel. Seguimos viaje y nos acercamos a nuestro primer destino, Wulianshan, la Montaña de los Cinco Lotos. Por supuesto, como su nombre hace sospechar, para poder alcanzar la meta tienes que subir cuestas y en una de estas, el autobús empezó a dar muestras de no poder más hasta que se quedó parado, con el motor revolucionado y yéndose hacia atrás unos metros. Eso podía ser ya suficientemente inquietante, dado que llevábamos una caída considerable a uno de los lados de la carretera y era todo curvas, pero para darle más emoción, al frenar en seco el conductor para evitar la caída, el banco delante de nosotros también volcó para atrás unos grados hasta que la caja de la rueda lo frenó. Digamos que la situación a los ojos occidentales era un poco de vamos a morir aquí, pero a los chinos que iban con nosotros, guía y conductor, no parecía perturbarles así que se trataba de vivir la experiencia cultural completa.
Conseguimos llegar sanos y salvos a nuestra primera etapa, un templo budista en la montaña con la cabeza de un Buda gigante esculpida en la piedra. El sitio está muy bonito, por supuesto con todo un camino de puestecillos vendiendo una y otra vez lo mismo hasta que llegas al recinto donde puedes ver a los monjes haciendo los ritos y sobre todo disfrutando de las maravillosas vistas.
Desde la zona del templo tomamos un teleférico que te bajaba toda la montaña y otro que te subía a la de enfrente, Jiuxianshan, la Montaña de los 9 Inmortales. El teleférico no frenaba al dar la vuelta para subir, así que había que hacerlo como los bandidos se subían a los trenes en las películas del oeste. Además eran de cuatro plazas, pero sólo dejaban subir a dos en cada cabina y mejor no preguntar por qué. Allí había unas formaciones rocosas muy interesantes y más vistas espectaculares. Esa zona era donde se iba a retirarse de la civilización para meditar y mejorar su trabajo interno hasta alcanzar la iluminación y con un poco de suerte, la inmortalidad.
Después de pasear un poco por allí, la trampa mortal aquí denominada autobús nos estaba esperando. Algunos de los compañeros estaban reacios a volver a subir, pero ¿Qué alternativa había? Entramos y nos colocamos de nuevo como piojos en costura, agarrando los asientos desvencijados para tener una falsa sensación de control y nos adentramos en carreteras cada vez más estrechas, con más desnivel y con más curvas. Y seguíamos y seguíamos, y se calaba y se dejaba caer para tomar carrerilla, y se volvía a calar Y así acabamos llegando a nuestro último destino dentro de la montaña, el lugar donde Sun Tzu escribió el famoso El Arte de la Guerra. El lugar estaba rodeado por los lados y por la parte de atrás de acantilados de piedra y dejaba ver hacia el frente como se separaban las montañas. Se dice que como estratega, desde ahí podía controlar todo. Justo al lado de la casa manaba entre las piedras un manantial que no dejaba de brotar ni en los años de sequía y a su lado había un cartel que decía que al beber de sus aguas aumentaba la sabiduría y hacía más grande los ojos y los oídos. Me imagino que esto último hace referencia que aumenta la perspicacia, pero por si eran muy literales y sobre todo porque de momento en todo este tiempo he sido capaz de controlar mi función intestinal evitando situaciones de riesgo, decidí quedarme con mis capacidades mentales normales, que hasta ahora no me han venido mal.
Después de naturaleza, cultura e historia, de nuevo en el autobús y afortunadamente por un camino diferente al que vinimos, bajamos al pueblo al que pertenece nuestro centro, Wulian para ir a comer donde nos había invitado el jefe de la región, algo así como el presidente de la comunidad que conocimos el día anterior en un evento protocolario, pero esa es otra historia que contaré en otro momento. El sitio era especialmente conocido por sus empanadillas. Al entrar vimos un local en el que seguramente no habríamos entrado si hubiéramos buscado nosotros donde comer por no dar muy buena sensación. Nos metimos en dos reservados porque no entrábamos sólo en uno y el guía nos llama para decirnos que vayamos al mostrador donde tienen todos los productos para que elijamos que nos cocinan. Allí fuimos y la vista era un poco descorazonadora. Al final lo solucionamos diciendo empanadillas para todos y tráenos unas verduras variadas. Después de las primeras malas impresiones vimos que como siempre aquí no puedes ir con prejuicios por delante. Nos sirvieron unos platos exquisitos mientras de vez en cuando pasaban los dueños y paisanos a hacerse fotos con nosotros.
Ya hartos fuimos a la última parte de la excursión, pasear por el centro del pueblo y aprovechar a hacer algunas compras el que lo necesitara. Cuando hablo de pueblo aquí es hablar de algo más grande que una ciudad en casa. Esto es muy parecido a lo que era Pekín hace 10 años en cuanto a la gente, los comercios. Por la calle todos se daban la vuelta a hacernos fotos. Les llamaba la atención tanto occidental junto.
Finalmente tomamos el autobús para volver a nuestra montaña, experimentamos un par de caídas cuesta abajo marcha atrás más y terminamos el día tranquilamente en el hotel. Se supone que iba a ser un día de descanso, pero lo aprovechamos tanto que no dio tiempo a recuperar demasiadas energías.