
Los practicantes de AAMM internas tenemos un trauma/fetiche con lo de la sensibilidad marcial (dong jing, ting jing, hua jing, etc), es decir, con esto de entrenar la capacidad de entender (“escuchar”), mediante el contacto físico, la estructura del contrincante. Teóricamente, una vez contemplada, escuchada e interpretada podremos destruirla (a la estructura no a la persona) y con ello toda posibilidad de éxito en su ataque (un verdadero arte marcial interno intenta aniquilar la intención de ataque, instalando en el corazón del agresor la idea de que es imposible tener éxito).
Efectivamente, la sensibilidad es un factor determinante en estas artes internas, pero no exclusivo de ellas. Un luchador de artes marciales externas o “duras”, posee, a través del uso y abuso del contacto marcial, una sensibilidad neurológica que le permite reaccionar de forma instintiva a los movimientos de su oponente, si bien esto no forma el núcleo de su práctica. Dicho de otra manera, en ningún sistema de lucha uno es capaz de triunfar si no posee un mínimo de capacidad de “lectura” de la estructura de su adversario. Esta facultad provee una herramienta fundamental en todo acto guerrero: la anticipación.
Antes lo ves, antes actúas, antes te vas a casa sano y salvo. Simple.
Deberíamos entender que no hay un compartimento sólido entre eso que hemos dado a llamar “interno” y “externo” en las artes marciales. El término Neichiá o “Familia Interna”, se establece formalmente en 1920 de la mano del sifu Sun Lutang, quien determinó que serían el Tai-Chi-Chuan, el Xing Yi Chuan y el Pa-Kua-Chang los integrantes de dicha “familia” o escuela -tres artes que él dominaba y que sincretizó en su propio estilo de Tai-Chi-Chuan, el sun. En contraposición tendríamos a la Weichiá o “Familia Externa”, es decir, todas las demás artes que quedaron fuera de la clasificación de Sun Lutang.
Pero esta dualidad tiene un antecedente algo sospechoso, si bien no se pueden negar las diferencias técnicas. Según los expertos, Huan Zonxi (1610-1695), fue el eminente filósofo, teórico político neo-confucianista, que a los catorce añitos ya se había licenciado y que no tuvo problemas en tomar las armas contra la dinastía manchú, el gestor de esta división. Dicha división fué eminentemente política: Shaolin representaba el budismo, lo extranjero, el invasor manchú y Wudang (donde se refugiaron muchos militares disidentes, con las consecuencias conocidas), el taoísmo y sus artes derivadas, simbolizaban lo nacional, la misma China libre. La mala leche de Zonxi quedó reflejada en el “Epitafio para Wang Zhegnan», allá por el 1669, con el que estableció dicha dualidad.
Saliéndonos de la historia y entrando en la experiencia marcial directa, uno puede encontrar que, como dijimos antes, no existe una barrera sólida entre lo “interno” y lo “externo”, entre lo “blando” y lo “duro”. A veces un puede detectar casi una dicotomía entre “bueno” y “malo” (lo interno lo bueno, claro está, lo otro malo, malo, ¡fuera satán!), algo que es una estupidez.
No se trata de bueno o malo, sino de eficiencia y eficacia, algo que, hay que decirlo, es también muy subjetivo, porque una técnica buena poco entrenada, seguro que no vence a una tosca bien asimilada.
Todo este preámbulo -algo tedioso, pido perdón-, es para fundamentar que las etiquetas pueden engañarnos y llevarnos por caminos oscuros. No por llamar “interno” a un arte marcial ya estamos aplicando automáticamente sus principios. En mi experiencia personal he constatado como muchas escuelas “externas” utilizan y muy efectivamente, si bien en casos muy concretos, conceptos que son definitivamente “internos”.
Aquí tenemos que volver al fetiche del dong jing, del ting jing, etc, es decir, a la idea del estado de percepción, de lectura de la fuerza atacante y su correspondiente interpretación y resolución.
Hace unos años me encuentro enfrascado en la tarea de tratar que dejen de ser precisamente eso, sólo ideas que, suenan muy románticas sí, pero que apenas en casos excepcionales uno las ve convertidas en realidades.
Con pocas excepciones, las escuelas internas pondrán énfasis de forma casi exclusiva, a la hora del desarrollo de las habilidades marciales de sus alumnos, en ejercicios de sensibilidad del tipo tui-shou o variantes asociadas.
Que nadie me malentienda, el trabajo de la sensibilidad es importante. El problema es que, a mi humilde entender, está mal usado. Si alguien quiere una prueba de ello haga lo siguiente: coja a una persona que haya pasado años haciendo docenas de métodos, dedicándole horas al desarrollo de la sensibilidad, y lánzele un buen sopapo de esos de la old school, sin cortesía, a ver cómo reacciona. En el 90% de los casos veremos un descalabro estructural.
Cabe preguntarse el por qué de esto. La respuesta más cómoda, pero no la más honesta, es que “las AAMM internas llevan muuuchoo tiempooo desarrollarlas”. Siguiendo este criterio, uno empezaría a entrenar a los doce años para, a los ochenta, por fin aceptar un desafío mortal.
Por más sofisticada que sea una técnica, por más grande que sea la promesa de poder, gloria e invencibilidad, tiene que ser utilizable dentro de un período vital humano razonable.
Si hacemos caso a la historia marcial, muchos maestros de AAMM internas destacaron en su juventud o madurez, lo que es lógico, nadie con noventa años anda con ganas de liarse a tortazos por el mundo y menos en un mundo donde la gente usaba armas de verdad.
De modo que la sofisticación de la técnica no puede ser una respuesta aceptable para la ineficacia. Debemos de dejar de culpar a que el coche es complicado y por eso no sabemos dar las curvas.
El problema está obviamente en el tipo de entrenamiento. Desde el punto de vista marcial auténtico y con esto no quiero decir “antiguo” sino que realmente pudiera usarse de forma militar, nuestro entrenamiento en la actualidad es justo lo contrario a lo que deberíamos. Para volvernos eficientes (proveernos de los recursos marciales) y eficaces (saber cómo y cuándo usarlos), no podemos tener un millón de formas ni medio trillón de técnicas.
“La estrategia más simple es la más efectiva”, reza el principio militar. De modo que en gran medida la culpa la tiene el que abarcamos muchísimas técnicas, acabamos siendo “aprendices de todo, maestros de nada”. El trabajo para obtener la efectividad es un trabajo duro y aburrido.
Para crear una memoria muscular firme, se necesitan, según los neurólogos 5000 repeticiones. Hasta entonces el movimiento sigue siendo una cosa ajena a nosotros. Siempre les digo a mis alumnos que el objetivo de la técnica es desaparecer. Cuando una técnica se integra a tu forma de ser, es tuya, la técnica como tal se ha desvanecido.
Este método de entreno tiene poco público. ¿Entendéis porqué era humanamente imposible que un maestro pudiese dominar demasiadas técnicas?
Cuando las AAMM en general dejaron de ser una herramienta de autodefensa, las escuelas se llenaron de formas y técnicas. Las formas se alargaron porque en las exhibiciones -que para algunos maestros fueron fuente de sustento económico-, se disfruta más una cadena larga de sofisticados movimientos llenos de espectacularidad, que una secuencia simple y contundente.
Pero no sólo es un problema de cantidad, sino también de calidad.
Otra de las razones por las que el trabajo tradicional de contemplación-sensibilidad-escucha-resolución no cumple con las expectativas deseadas es porque está descontextualizado.
Y lo está en dos aspectos importantes.
Uno, que es un ejercicio desconectado con la realidad, con la vida normal, es un movimiento que sólo es útil dentro de su laboratorio y por lo tanto, una vez acabado el ejercicio, toda nuestra neurología lo descarta hasta la próxima clase. Incluso si se hacen aplicaciones, estas son apenas el 1% de la práctica anual en casi todas las escuelas y tienen más un carácter lúdico que instructivo. El uso correcto de las aplicaciones como herramienta didáctica da para otro artículo aparte, no todo lo que veo me parecen aplicaciones, pero no quiero desviarme. Está perfecto desarrollar la sensibilidad, pero hay que exponer esa habilidad a un uso concreto. Sociológicamente sabemos que en cuanto un objeto pierde su uso, desaparece el objeto. Las técnicas de sensibilización son desplazadas de nuestra psique porque en el fondo no las vemos útiles. A la hora de la verdad, usaremos un mamporrazo para defendernos, ¿a que sí?
El uso de las técnicas se basan no en presunciones, sino en que he comprobado que funcionan.
El segundo aspecto, está en que el trabajo de “escucha” corporal está mal posicionado entre las prioridades del entrenamiento.
Os hago una pregunta: ante un peligro real, ¿qué es más importante? ¿La sensibilidad, la sincronización (timing) o la distancia?
La respuesta es, obviamente, la distancia. No importa si mi enemigo tiene un misil nuclear, si no puede darme con él, estoy a salvo.
De ahí mi segunda pregunta: ¿qué es más fácil entrenar?
Otra vez la respuesta es ¡la distancia!
La distancia es la mejor arma, tanto defensiva como contraofensiva. Desgraciadamente la inversión de tiempo en el entrenamiento del uso de la distancia en las escuelas de AAMM internas rozan el cero absoluto.
Para colmo, incentivamos prácticas estáticas, a pié fijo. ¿Os imagináis un boxeador todo el tiempo parado en un sitio? ¿Y a un campeón de esgrima clavado al suelo? Es como si concibiésemos una práctica “alumnocéntrica”, donde el universo, por nuestro capricho, se va a quedar tieso para que la técnica nos salga más bonita.
A mi modo de ver, el entrenamiento debe escalonarse en intensidad y énfasis en el orden que que sugerido al poner “distancia, sincronización, sensibilidad”. Ante todo, que el alumno aprenda a usar la distancia como arma táctica, luego “ya veremos”, como se suele decir.
En una situación real, el axioma de la defensa personal nos dice que “tratarás a todo agresor como posiblemente armado”. Acercarse sin más a alguien en la calle, pensando que nuestra habilidad con el tui-shou nos va a sacar airosos es una muy mala estrategia. Sin embargo, colocarse a una distancia adecuada en el momento de un ataque puede hacer que el contrincante se neutralice a sí mismo. También podemos ahorrarnos la necesidad de bloquear un golpe: si evadimos, tenemos las dos manos y los dos brazos para contraatacar. Esto cumple con el concepto interno de ahorro de energía y con la “pereza” intrínseca de estas artes.
Una vez que la persona aprende a ponerse fuera de peligro, debe aprender el largo de sus “armas”. Mucha gente no sabe hasta dónde va su puño o su pierna. ¡Si lo supiesen acertarían el golpe!
Sólo aprendiendo esto, un alumno con un año de práctica por lo menos debería saber evitar que le rompan la cara en una reyerta urbana, lo que ya me parece muchísimo. Es además, para los docentes, un objetivo claro y alcanzable. Tu alumno no será Jackie Chang, ni proyectará por los aires a sus enemigos a lo Yang Lu Chang, pero oiga, ¡que darle un puñetazo no está nada fácil!
Luego tenemos el asunto de la sincronización o timing. Necesito cubrir una distancia para hacer una técnica y hacerlo a tiempo. No es raro ver que cuando se pone en un entorno dinámico al alumno, este hace las cosas mal: intenta mover los brazos bien, pero las piernas no están donde deben y cuando ajusta las piernas, los brazos hacen cualquier cosa.
Cuando el practicante aprende a colocar los pies para hacer la técnica -cosa que le cuesta bastante a la luz de mi experiencia docente-, entonces debe, a decir del antiguo decálogo del Tai-Chi-Chuan, “unir el arriba y el abajo”.
“Unir el arriba y el abajo” es como la navaja suiza de las AAMM internas, el robot de cocina de los maestros ancestrales. Vale para casi todo. La mayoría de los problemas de aplicación técnica en un entorno móvil, ocurren porque la parte superior del cuerpo hace una cosa y la de abajo otra.
Si tuviese que arriesgar una definición un poco gráfica, diría que la distancia es el arte de colocar correctamente el abajo y la sincronización el de usar como se debe y cuando se debe la parte de arriba.
En un arte interno donde el conjunto estructural es fundamental para la transmisión total de la energía de mi cuerpo a la del adversario (moméntum), no tener “timing” es una faena de las gordas… es casi como no hacer nada, mejor correr (y usar la distancia, je, je).
La sincronización sólo se puede entrenar de manera efectiva en movimiento. En un combate se mueve uno y se mueve el blanco. Todo se mueve -casi he sonado a Copérnico. Al fin y al cabo una técnica es como una empresa de mensajería, tiene que entregar el paquete correcto en el momento correcto. Al entender la mecánica de la técnica, el practicante se relaja, gana confianza y puede aspirar a entrar al estadio siguiente.
Cuando empecé a entrenar Tai-Chi-Chuan, me dijeron la frase “el cuerpo del practicante de taichi es un gran oído”. Por supuesto, necesité años para entender realmente qué quería decir esto. Empecé por los oídos propiamente dichos, escuchando a gente que sabía y sabe mucho más que yo.
Mucho antes de que un atacante toque tu cuerpo -algo que en la mayoría de las situaciones es poco deseable, porque estaría a una distancia en la que puede aparecer una navaja, por ejemplo y arruinarnos el día-, uno puede conectar con su intención. De hecho Xing-Yi-Chuan nos da una pista en su nombre: Boxeo de la Forma-Intención. Toda intención se refleja en una forma y toda forma establece una intención. Un verdadero maestro no atrapa el brazo o la pierna de su oponente sino su intención.
Eso da el poder de anticipación.
Dicha sensibilización, tanto con contacto como sin él, lleva sí, muchas décadas. Sólo algunos dotados son capaces de exhibir un poder completo en este campo.
Desde mi punto de vista, este trabajo, más sutil, es, por un lado, soporte del trabajo de distancia y sincronización. Unidos estos tres aspectos pueden resultar devastadores. Lo interesante es que si se entiende correctamente del concepto de distancia, con una buena coordinación y un poquito de sensibilidad, seríamos capaces de resolver por lo menos un 80% de las situaciones de peligro al que un ser humano tipo pudiera enfrentarse en un entorno urbano. De hecho podríamos decir que la mayoría de esos altercados los evitaríamos apenas aplicando la distancia y conociendo el lenguaje corporal de la violencia.
Por otro lado, algo no menos valioso, el proceso de sensibilización corporal induce a una integración emocional y con el tiempo, a un equilibrio en la actividad mental.
Un arte marcial interno es una fruta invertida, que madura desde la cáscara hacia el hueso o la semilla, favoreciendo la creación de personas integradas, con conocimiento de la distancia correcta en las situaciones, que saben actuar sincronizadamente en sus relaciones y que son capaces de una sensibilidad exquisita en sus valores humanos.
Gracias por leer hasta aquí.